La vida nos ofrece diariamente muchas distracciones, que engolosinan nuestras mentes como las gominolas lo hacen con el paladar. Pero este dulzor es pasajero, y si no tenemos claro qué es lo que nos alimenta y despierta, aparecen de nuevo esas ansias por distraernos, igual que las del azúcar, que engaña a nuestro estómago y a nuestra mente.
Estoy aquí, sentada y sin rumbo, porque ya me dejo llevar por el vaivén de las olas, por el movimiento del viento, por lo que me toca vivir en cada momento.
No tengo rumbo porque mi destino soy yo, esa libertad que no tiene precio, o más bien, es tan alto, que no estoy dispuesta a claudicar.
Reconocer lo que antes me hacía sufrir, llorar,..me ayuda ver cómo he ido aprendiendo. Y sincerándome con la vida, la mía , aceptando que ese fue el camino que decidí recorrer, tomé la determinación de que la actitud de lo que me sobreviene es lo importante, que me centra en el momento, me ayuda a aceptar los acontecimientos, me hace fuerte, consciente de los límites que me pongo y, sobre todo, me ayuda a dejar atrás los barrotes para reencontrarme conmigo misma.
Hay mucho de polvo y falta de transparencia hay en todo plan de vida, pero es muy saludable empezar a desprenderse de esa mugre.
Creo que he saldado las cuentas que tenía pendientes, pero, sobre todo, las que quería que los demás pagaran por su falta de perfección.
Quién soy yo para exigirle nada a nadie.
Nunca fui amiga de los compromisos, esos que desde fuera se imponen. Sin embargo, quise estar comprometida con la naturalidad, esa que se va deshojando con el paso del tiempo si no cuidamos con amor y ternura.
Hace un tiempo, anhelaba otras vidas, ahora, estoy enamorada de la mía.
¿Puedo hacer más cambios? Por supuesto.....pero el día a día ya va poniendo las circunstancias para que me adapte a ellos.
No podía ser de otro modo. Es, como es. Y vivir el momento consciente y plenamente abre el Universo para que este satisfaga todas mis necesidades.
M.C.P.G. 2017
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